dimecres, 2 de març del 2016

Los objetivos de los catálogos: encontrar, agrupar, enlazar




Los objetivos de los catálogos, tal como los estableció Charles A. Cutter en 1875, son: permitir localizar una obra conocida, encontrar juntas las obras de un mismo autor o misma materia y proporcionar los elementos que permitan al usuario elegir un libro concreto entre diversas ediciones de la misma obra. A mi entender, a estos objetivos les falta el de proporcionar relaciones entre autores o entidades (cuando estos cambian de nombre, o entre materias ‘vecinas’, por ejemplo, lo que los catálogos solucionan con referencias de véase también).

Los catálogos manuales y los automatizados, las bases de datos y los grandes buscadores actuales buscan cumplir en mayor o menor medida estas tres funciones: encontrar, agrupar y relacionar.

Encontrar algo que conoces es (relativamente) fácil. El acierto depende menos de la calidad del catálogo que de la fiabilidad de tu memoria. Ayer mi librería supo decirme que el libro que buscaba (de un tal Kennedy sobe historia) era Auge y caída de las grandes potencias. En un pasado cercano no era tan fácil.

Agrupar ha sido lo más perseguido por las normas de catalogación e indización: hacer que el usuario encuentre juntas las obras de un mismo autor o de un mismo tema. Las obras de Ramon Llull se encuentran bajo este nombre en la Biblioteca de Catalunya, pero Ramón lleva acento en la Biblioteca nacional española, y la misma persona se encuentra bajo el encabezamiento de  Raimundus Lullus en la Biblioteca nacional alemana y bajo el de P. Луллий en la de Rusia. La insuficiencia de las normas para resolver estos problemas ha hecho encontrar soluciones extra-catalográficas como el VIAF.

Relacionar ha estado tradicionalmente alejado del punto de mira de los catálogos, pero las referencias de ‘véase también’ no pretenden más que eso: orientar al lector que una entidad (por ejemplo, la Universidad Politécnica de Barcelona) cambió de nombre  o que el muy recomendable John Banville  es la misma persona que Benjamin Black (en este caso, escritor de novelas policíacas).

Los catálogos manuales e incluso los OPACs tienen limitaciones importantes para ejercer cualquiera de estas funciones por mucho que las normas de catalogación nos ayuden a precisar cuál es la mejor entrada principal para una obra, qué entradas secundarias o adicionales debemos hacer y qué relaciones debemos óptimamente establecer. Sin lugar a dudas, muchas de las deficiencias (o insuficiencias) de los catálogos y de las normas que los rigen han quedado subsanadas o paliadas por la potencia de los instrumentos automatizados de búsqueda. Así localizamos a John Dos Passos tanto si le buscamos por ‘Passos’ o por ‘dos Passos’. Pero la fuerza bruta de los instrumentos de recuperación es menos efectiva para localizar, dentro de la ingente producción de libros  de Shakespeare, El Somni d'una nit d'estiu en adaptación de Aurora Díaz-Plaja (bibliotecaria, ella) e ilustraciones de Pilarín Bayés que leí hace tiempo y que ahora querría recuperar.

Pero, para encontrar, agrupar y relacionar mejor no necesitamos solamente una nueva tecnología, necesitamos  –en palabras Karen Koyle- que los datos y la tecnología trabajen juntos. No mejoraremos los resultados de las búsquedas de los usuarios solo añadiendo potencia a los instrumentos de recuperación, necesitamos además añadir ‘inteligencia’ a la forma en la que presentamos los datos.


[Este post es la entrega 4a de una nota ThinkEPI que se acaba de publicar]